Los italianos (del 572 en adelante) Históricamente se han denominado italianos a los pueblos que llevan establecidos en la península Apenina desde apróximadamente el año 572 EC. A pesar de ser la sede del Imperio Romano, la península itálica cayó ante las tribus germánicas que actuaban bajo el mando de Odoacro. Los bizantinos (Imperio Romano de Oriente) idearon una estratagema para llevar al rey de los ostrogodos, Teodorico el Grande, a conquistar la Italia tomada por Odoacro, de la cual vieron sus frutos al ser este último derrocado y asesinado. Inmediatamente después de la muerte de Teodorico en 526, la península volvió a hundirse en el desconcierto, posibilitando ahora la invasión bizantina, la cual fue liderada por el general Flavio Belisario en el año 535. Sin embargo, el nuevo gobierno bizantino había sido prácticamente relevado ya para el 572, cuando la península fue invadida por los lombardos, otra tribu germánica. Es por ésto que se reconoce como italianos a los descendientes de ambos grupos, los pueblos latinos y estas tribus germánicas. Los siglos posteriores fueron testigos de la aparición de diversas ciudades-estado a lo largo de Italia. Se trataba de entidades independientes cuyo gobierno, por lo general, no tenía influencia más allá de la propia ciudad y algún poblado circundante. En el norte de Italia, y propiciado por la caída del Sacro Imperio Romano Germánico de Carlomagno a manos de los lombardos, se crearon varias ciudades-estado, incluyendo Génova, Milán, Florencia y Venecia como respuesta a un largo período de inestabilidad. A la Italia central le fue un poco mejor bajo el Papado en Roma, pero cuando el Papa coronó al germano Otón II como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en 962, tanto el norte como el centro de Italia se vieron envueltos en los intrincados asuntos de las ciudades-estado germánicas. Por otra parte, la zona meridional continuaba bajo el control de los lombardos y los bizantinos, y siguió así hasta bien entrado el siglo XI, cuando los normandos invadieron la región y fundaron el Reino de Sicilia. Durante la Edad Media, los ejércitos italianos generalmente se componían y eran dirigidos por condotieros, mercenarios profesionales cuya lealtad consagraban al mejor postor. Los conflictos interestatales normalmente ayudaban a mantener el statu quo de las ciudades-estado. Las Guerras italianas del siglo XVI (durante el Renacimiento) llevaron al súmmum de estos conflictos interestatales, cuyas consecuencias últimas fueran el debilitamiento de sus ciudades-estado. En términos de capacidad combativa, los barcos italianos se encontraban entre los mejores de Europa. Su ubicación geográfica hacía de vital importancia para el comercio y la cultura el control del Mediterráneo. Venecia y Génova basaron en su poderío naval, la creación de notables imperios marítimos que competían con grandes estados europeos, como el Imperio Otomano. La Italia medieval era una apasionante amalgama de antigua arquitectura romana, supremacía religiosa y rebelión artística. Italia central, manejada por la Iglesia, tenía una influencia predominante en los asuntos religiosos y políticos del Cristianismo europeo. Italia del norte, más particularmente Florencia, fue la cuna del Renacimiento, un período de grandes avances en las artes clásicas, la música y las ciencias. El florentino Leonardo da Vinci fue una de las principales figuras de esta época, creando magníficas obras de artes y proyectando su genio inventivo más allá de las capacidades tecnologícas de su tiempo. Pero las constantes disputas entre las ciudades-estado italianas las dejaban vulnerables a las intenciones extranjeras. Las vecinas Francia, España y Austria demostraron un gran interés por interferir en los asuntos italianos. No sería hasta el año 1861 cuando gracias al liderazgo de Victor Manuel II de Saboya y Giuseppe Garibaldi, Italia fue unificada, convirtiéndose en el país que existe hoy en día.