Las armas de mano Los soldados de infantería provistos de armas de mano eran el tercer componente principal de los ejércitos medievales, junto con la caballería y las tropas de lanzamiento de proyectiles. La infantería luchaba cuerpo a cuerpo y su presencia era muy importante tanto en las escaramuzas como durante los asedios. La infantería estaba formada por campesinos, soldados rasos y caballeros derribados. Las armas de mano Durante la Edad Oscura, los francos luchaban con un hacha arrojadiza llamada francisca, de donde proviene el nombre de su tribu. Sus vecinos, los sajones, luchaban con grandes cuchillos de una sola hoja llamados scramasax, palabra de la que deriva su apelativo. Al desarrollarse la caballería pesada comenzó a utilizarse la espada, que también se empleaba en el combate cuerpo a cuerpo. Entre las variantes de este tipo de arma destaca una espada a dos manos que requería mucho espacio para su manejo. Los combatientes utilizaban una variedad de armas que incluía hachas (de una y dos manos), mazos, mayales y martillos. Una variante del mazo consistía en una bola de púas unida a una barra con una cadena. Como las armaduras se modificaban constantemente para contrarrestar los efectos de la espada, se incrementó el interés por las armas que servían para perforar y golpear. Las lanzas La lanza básica fue un arma muy útil durante toda la Edad Media porque su fabricación era barata y su manejo simple. Podía armarse con ellas a los soldados de infantería y a los campesinos, enviándolos directamente a combatir. En la mayoría de los casos eran de poca utilidad pero, con experiencia y entrenamiento, los grandes cuerpos de lanceros podían resultar efectivos. Las armas de asta evolucionaron durante el periodo medieval, llegando gradualmente a un punto en el que las formaciones de infantería entrenadas para su manejo resultaban efectivas en extremo. Las variantes más avanzadas tenían una punta de lanza con una o más armas debajo. Este arma adicional podía ser un gran cuchillo, hacha, martillo o pica. Las lanzas evolucionaron como respuesta a la caballería y trajeron consigo el renacimiento de una formación parecida a la antigua falange griega. Los caballos no se atrevían a cargar contra a una tropa disciplinada de hombres armados con largas lanzas extendidas. Una densa formación de largas lanzas levantadas también proporcionaba cierta protección contra las flechas. Los soldados de infantería aprendieron primero a situarse tras estacas de madera clavadas en el suelo para derribar a la caballería. Más tarde aprendieron a desplegar lanzas, picas y otras armas largas para conseguirlo. Esto daba capacidad de movimiento a la formación y permitía el transporte de las estacas anti-caballería. En una escaramuza, las armas añadidas al extremo de las lanzas se utilizaban ya para derribar a los jinetes de sus monturas tirando de ellos o empujándolos, ya para causar heridas al jinete o al caballo. Aunque los hombres que llevaban armadura no quedaban indefensos una vez derribados, como han pensado algunos, sí se encontraban temporalmente en desventaja hasta que lograban levantarse. En la segunda mitad de la Edad Media, cuando las ciudades empezaron a crecer, formaron sus propias milicias para defenderse y para cumplir con el servicio militar feudal. Las lanzas eran populares entre estas milicias por ser relativamente baratas y efectivas para su coste. Entrenándose con esas armas, las milicias llegaron a desarrollar útiles tácticas de batalla. Con el tiempo, las formaciones de hombres armados con este tipo de armas aprendieron tácticas no sólo defensivas, sino también ofensivas. Las formaciones en masa de piqueros podían atacar a otra infantería e incluso a la caballería. Los suizos no disponían de pastos suficientes para disponer de caballería, pero llegaron a ser prestigiosos piqueros. A veces luchaban como mercenarios para otros ejércitos continentales. Las tierras bajas de Flandes y las tierras altas de Escocia también disponían de prestigiosas unidades de piqueros.